P. me ha contado más de una vez cómo fue su experiencia trabajando en Disney cuando era adolescente. Sonaba divertido, excitante y un tanto alocado. Creo que esto fue lo que me permitió conectar los hilos.
Un martes de este mes de junio me levanté un poco más tarde de lo habitual, como todos los días que el bar está cerrado. Serían las 9:30. Me duché, aproveché para lavarme el pelo, acción para la que no siempre tengo tiempo en verano, y traté de cuidar mi cara con cremas caras del Sephora con la intención de paliar un gran sentimiento de culpa por arrastrar un largo cansancio acumulado. Cuanto más cara es la crema menos remordimientos tienes por haberte sometido una semana más a la autoexplotación laboral. No me apetecía arreglarme mucho por lo que me puse mis flip-flop en los pies, unas bermudas denim bien anchas y una camiseta de Paris que me compré en una tienda de souvenirs de Montmartre. Con el pelo aún mojado pensé que podría esperar a los repartidores que venían esa mañana mientras descansaba en la terraza más bonita que hay en el pueblo.
Me disponía a salir por la puerta de casa con el podcast de “Geishas de la gentrificación” puesto en los cascos y el libro de Ana Pacheco bajo el brazo cuando vi a una pandilla de turistas caminar hacia mí y un pensamiento invadió fuertemente mi cabeza: “Vivo en un parque de atracciones” Ahora lo veo claro. Allí estaba yo, saliendo de casa por una puerta verde, que no lucía como una puerta de seguridad como todas las que había tenido hasta el momento si no que parecía de cartón pluma. Una puerta verde como todas las demás del pueblo. Las casas son todas iguales y las ventanas y puertas están pintadas de verde como si un director de arte lo hubiese pensado meticulosamente. Hay muchísimas casas que sé que están vacías. ¡Claro! Son solo atrezzo. Toqué con los nudillos en el muro de una de ellas con la intención de que sonara hueco. '¡Fíjate! Justo esta debe ser de un trabajador del parque porque es de ladrillo y cemento.
En el podcast contaron algo gracioso que volvió a atraer a mi pensamiento al presente. Seguí con mi día. Caminé hasta la cafetería y antes de sentarme, hablé con la camarera. ¡Hola, A.! ¿Cómo estás hoy? Yo de día libre. ¿Estás lista para el mercado de mañana? Dicen que vendrán muchos turistas porque no estará día de playa. Miré a A. vestida con su uniforme y me miré a mí con mi ropa de “día de colada”. Me sentí desnuda sin mi disfraz de trabajo. ¿Soy como esos chicos que se pasan ocho horas metidos dentro de un Mickey Mouse gigante? Me visualicé a mi misma quitándome la tremenda cabeza de ratón asfixiada durante una ola de calor en un día de mercado. La teoría del parque de atracciones volvió a mi cabeza ¿Sería la cafetería también un decorado? No, ¡qué tontería! La cafetería es una atracción, como la tienda de sal, la de cerámica o mi propio bar. Somos la noria, la montaña rusa, la caída libre y los troncos locos. Me pedí un matcha.
Al día siguiente era día de mercado, un día en el que el pueblo multiplica su aforo durante unas horas. Los días de mercado los afronto con miedo. Los visualicé a todos comprando souvenirs al salir de casa. Desde que me he mudado vivo en el corazón del parque. Pasé por la jamonería, el puesto de zumos y la floristería. Saludé a todos mis compañeros. Estaban todos en sus correspondientes atracciones con todo listo para cuando se abriese la puerta a los clientes poder hacer su magia. Llegué tarde a la mía porque fui en cola todo el tiempo, ya estábamos abiertos. Hacía mucho calor, me dolía mucho la cabeza pero el espectáculo debía continuar. Esa gente había pagado una entrada para llevarse un buen recuerdo de Mallorca. Me puse la careta y empecé a bailar.
Al terminar el mercado el pueblo se quedó vacío. La gente opta por la playa o por pasar las horas de mayor temperatura encerrados con aire acondicionado en hoteles o villas. En la plaza central solo quedábamos los trabajadores del parque recogiendo, limpiando y preparando todo para el siguiente pase. Fui a mi casa de carton piedra a descansar. Me duché y me cambié de traje para el turno de noche.
Con la llegada del frío la gente se irá un año más. El pueblo se quedará vacío, los horarios de todas las atracciones se irán reduciendo hasta que por enero se cierren las puertas del parque. Calles vacías, negocios cerrados y completo silencio en todos lados. Atrapada en el parque, como el título de una película. Alguna vez he tenido la sensación de estar en uno de esos platós que imitan las calles de las ciudades en los estudios de Holliwood. Un día me pareció ver un logo de Paramount Pictures tallado en una alcantarilla.
Desde marzo todo se volverá a cocinar a fuego lento. Se plantarán flores en las rotondas, se lavarán las calles con agua a presión y se volverán a sacar las terrazas a las plazas. Nuevas atracciones, nuevos chicos que llegan a hacer la temporada, nuevos uniformes y mismas ganas de que lleguen los clientes.
La semana que viene me voy de viaje. Me he cogido un día libre para ir a visitar otro parque de atracciones.
No es nuestra vida una función de disfraces de parque de atracciones (actuada en Instagram)?
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