Para alguien como yo para quien comer siempre fue una obligación, haber encontrado placer en el hecho de sentarse a la mesa es un gol que le metí a la vida. Puede que hayan sido los años, el tener cada vez más amigos detrás de los fogones o el hecho de buscar activamente la belleza en la comida y sus rituales, pero la verdad es que ahora hay mesas de las que no me levantaría jamás.
Algunas merecen un apartado especial en nuestras vidas, como la de la cocina de mi madre, la del Loxe Mareiro a un escaso metro de la ría o aquellas que había en Bico, cuando estaba en la calle San Joaquín, con un pincho de tortilla de batata y una Estrella encima. No puedo olvidar tampoco el valor de las mesas improvisadas. Cualquier soporte es bueno para liar una grande alrededor. Recuerdo cuando nos mudamos al ático de Conde Duque, comimos una empanada y brindamos con vino sobre una caja de cartón. Ninguna comida de las que vino después en aquella casa logró superar aquello.
Ahora mismo estoy en un momento en el que valoro el minimalismo para muchas otras cosas pero no quiero ni por asomo que se siente conmigo a la mesa. Necesito gente, un buen mantel, muchas velas, flores, platos con personalidad, vasos, copas y comida que, aunque no llene el plato, me llene el alma. En los últimos meses han pasado por nuestra mesa más familia y amigos que en toda mi vida. Me lo tomo como una oportunidad para acercarnos y crear recuerdos nuevos. Me gusta crear para cada uno una mesa para recordar, un escenario con todo el atrezzo donde poder interpretar una escena épica. Ahora bien, no estoy yo patrocinada por Ruavieja. Lo importante es la compañía, obviamente, pero el que diga que la comida es lo de menos, miente. Aquí ya nos hemos labrado una fama por ofrecer lujuriosos desayunos, copiosas comidas y cenas que se alargan hasta que los mosquitos nos ganan la batalla de la sobremesa.
¡Ay las sobremesas! Cada una es diferente. Las hay cortas e indoloras; las hay que vienen con siesta; las hay cargadas de silencio como las del desayuno; las hay largas y llenas de vasos y manchas en el mantel de nuestras reliquias gallegas; dice la tradición que las hay de café, copa y puro; las hay con grandes conversaciones del pasado y de los posibles futuros; las hay que acercan más que un beso; y las hay que mientras la vives te evades un momento del bullicio para pensar que es por ese instante por lo que aguantar el resto merece la pena y deseas que esa sobremesa no se acabe nunca. Es normal que lo desees porque en ese preciso instante estás cerca de tocar el cielo con las manos. Como dice mi madre: “bien comido, bien bebido, ¿qué más quieres cuerpo mío?”
A lo largo de estos meses he hecho muchas recomendaciones alrededor de la mesa. Para no repetirme, traigo cosas nuevas que no deben faltar en una:
· Este mantel de Zara Home Edición Limita en colaboración con Cerámica Oito que me recuerda a uno que hizo mi madre.
· O cualquiera de los que hace Sarah Espeute y que sueño con tener.
· Por supuesto, unas servilletas de tela bordadas como esta preciosidad de Studio Erhart .
· El colorido Mr Hannukkai de la artista Inna Kryzhanovskaya.
· Un candelabro comprado en un mercadillo.
· Algún tesoro antiguo o hortera que puedas dignificar como hace en su cuenta Blanca Miró.
· Un jarrón con tulipanes.
· Una receta de una vieja enciclopedia de cocina heredada como en la que me basé yo para la cena de navidad.
· O un sándwich de brioche que siempre es una buena opción.
· Haz una tarta de varios pisos.
· Puedes descorchar una kombucha como las de Ama Brewery en vez de un vino.
· Y para la sobremesa o el desayuno aquí estamos probando el café Chelelektu de la tienda online del Hola Coffee.
Y ahora, si me disculpáis, me está esperando el desayuno en la mesa.
"Me gusta crear para cada uno una mesa para recordar, un escenario con todo el atrezzo donde poder interpretar una escena épica" <3 Agree con ese principio vital :)