El verano más corto de nuestras vidas.
Me había olvidado de lo que era realmente el verano pese a que cada año, quieras o no, cada 21 de junio aparece. No hace falta que llegues al final de esta reflexión para descubrirlo, te lo suelto aquí mismo: el verano son los amigos. Es ser niño hasta cuando ya no lo eres. Son excursiones, mesas llenas, aguadillas, compartir bocadillos de chorizo en la playa y tantos abrazos llenos de amor y sudor como puedas dar y recibir.
Antes los veranos eran otra cosa. Me acuerdo de los míos en la calle Marín. Todos los vecinos jugando hasta que se hacía de noche y alguna madre o abuela nos llamaba para cenar. Tal cual lo describía Elvira Lindo. Adrián y Mariña eran mi verano. Cuando crecí me iba a la piscina. Patricia fue uno de mis mejores veranos. Justo antes de entrar en la universidad nos hacíamos las mayores en Portonovo. Virginia, Andrea, Rebeca, Sandra, Zaida…ellas eran mi verano. Carlos y Cris fueron aquel agosto en Nueva York. María cumplía en verano y siempre íbamos a su camping. El otro día hablando con ella le dije que daría la vida por volver a la última fiesta que celebramos juntas. Preparáramos un escenario hawaiano para ella frente a las gélidas aguas del Atlántico para beber, bailar y mear en la orilla del mar. María, Tania, Martina…ellas también eran mi verano.
¿Qué nos ha pasado? La gente comenzó a irse de viaje a Tailandia y se nos olvidó lo que era el verano. Viajes transoceánicos a destinos exóticos e incómodos, fotos de piernas salchicha en Instagram frente a mares o piscinas, lounge bar con terrazas de polietileno blanco con vistas al mar, momentos de soledad, el ansia y el fomo… De repente los veranos iban más de irse que de volver.
Yo vivo en un destino vacacional. Nos mudamos aquí, en parte, porque hace muchos años que nos prometimos que los veranos serían cada vez más largos. Este verano, durante nuestra boda, sucedió algo que me hizo reflexionar.
Alquilamos una casa de pescadores a la orilla del mar para el día después de la gran fiesta. Desde las doce de la mañana la gente fue llegando. Manuel y yo nos quitamos el sombrero de novios y nos pusimos el que más nos gusta, el de complacientes anfitriones. Como la Preysler, yo portaba bandejas de plata con bombones helados, uvas y queso. Manuel, bajó una champagnera para la orilla y descorchaba botellas de espumoso por minuto mientras lanzaba hielo desde la ventana para que Jaime mantuviese siempre los vinos naturales a la temperatura idónea. La música salía de mi portátil y las medusas bailaban al compás desde el agua. Nada presuntuoso, una cosa sencilla. Ellos hablaban unos con otros, se echaban crema, brindaban, se hacían bromas, saltaban en bomba, en palillo y en plancha. La gente nos miraba con envidia desde la otra orilla. No me extraña. Yo también me paré un instante a observarnos desde las escaleras. A tres metros sobre aquella escena quise capturar ese instante en mi memoria para siempre. Pedí a Claire y a Javi que la retratasen. Eso era el verano. Mallorca era al fin verano.
Al día siguiente cada uno se volvió a su casa y nosotros nos quedamos en Mallorca, ese destino vacacional. Mi lado romántico piensa que ahí se acabó nuestro verano. Solo 7 días después de haberlo empezado. El verano más corto de nuestras vidas pero ¡ay, qué verano! Un verano como los de antes.
Recomendaciones de verano:
Leer No me acuerdo de nada de Nora Ephron para un viaje en avión de ida y vuelta.
Escuchar Alien Superstar de Beyoncé a tope.
Dormir en Casa Balandra si vienes a Mallorca.
Visitar tu chiringuito o furancho de confianza y mantenerlo en secreto.
Comer un bocadillo de chorizo en alguna playa tras darse un baño.
Beber una botella de Bobal Ancestral en la orilla cuando cae el sol.
Cuidar la posidonia.
Hacer millones de planes con tus amigos.