¿Habéis visto a Anne Hathaway siendo la gran protagonista de esta Paris Fashion Week por su look tributo a Andy Sachs con una boina marinera? Ya lo hizo en la New York Fashion Week reinterpretando otro de sus looks icónicos de El diablo viste de Prada. No sabiendo diferenciar a veces entre personaje y actriz, realidad o ficción, disfrutamos de este fenómeno de transmedia años después del lanzamiento de aquella icónica película, si un día Anne Hathaway y Anne Wintour se sientan juntas en el desfile Michael Kors, y lo hacemos porque muchas tenemos morriña de aquella historia que a todas nos permitió soñar.
Precisamente, esta navidad decidí ver de nuevo los grandes clásicos de mi vida, nada de culto, no me mal interpretéis. Me lancé de cabeza a un maratón de películas protagonizadas por esta mujer. ¡Qué tía! Princesa por sorpresa I, Princesa por sorpresa II y, por fin, llegamos al Diablo viste de Prada. ¡Qué peliculones!
Mi psicóloga me dijo el otro día que yo era una chica soñadora. Estuve de acuerdo y acepté aquello como una cumplido que apelaba directamente a algo de lo más puro de mi interior. El mérito de esto se lo adjudico directamente a estas series y películas que vi entre mi infancia y adolescencia y que normalmente están mal categorizadas en las plataformas como comedias románticas. De las comedias románticas lo romántico siempre me hizo pocas cosquillas en el estómago pues donde yo ponía mi foco verdadero era en enamorarme no de sus hombres si no de sus estilos de vida y sus exitosas carreras profesionales. Cuando no tienes hermanas mayores, eres de un pueblo en los 90’s e internet todavía era una herramienta que dejaba a tus padres sin teléfono mientras lo usabas, la forma de conseguir los tan importantes referentes que te abrirían la mente y caminos en la vida estaban en las series y películas que alcanzabas a ver en la tele en verano o alquilabas en el videoclub. Fue mi forma de descubrir nuevos mundos con los que no solo podía soñar si no que debía empezar a tomar nota para saber como los podía alcanzar. Fue la forma en la que yo comencé a entender cuán grande podía soñar.
En el 2.000 aprendí a vestirme con las Olsen en So little Time y decidí plantarme en mi colegio con una falda sobre un pantalón de pana. Por aquella misma época ya soñaba con dedicarme de una u otra forma a escribir y me identificaba con Samantha McPherson en Popular, una serie adolescente que veíamos en la 2 en verano, porque era editora del periódico del instituto. Con el Diablo viste de Prada empecé a proyectarme en la adulta que podía llegar a ser. Es más bonito pensar que con talento, que tú sabes que lo tienes, y esfuerzo, cualquier chica puede triunfar en la gran ciudad. ¿Cuántas historias contadas de chicas de Connecticut, Massachusetts, Oregón o Texas has visto triunfar en Nueva York por aquellos años? Si somos fieles a la estadística, si yo seguía fielmente sus pasos, a mí también me tocaría.
Carrie Bradshaw no tardó mucho años en llegar a mi vida. Puede que empezase a ver Sexo en Nueva York mucho antes de lo que debía. Ahora entiendo muchos más códigos culturales de la serie de los que entendía entonces, antes solo quería tener un Mac antiguo en una ventana y ponerme a escribir aventuras tan cool como las de ella con sus tres amigas. Recuerdo que cuando mi amiga M.V. fue a Nueva York volvió contando que había estado en la pastelería donde Carrie y Miranda se tomaban una cupcake mientras comentaban sus problemas de chicos y acto seguido nosotras nos contamos los nuestros. Nunca me he atrevido a ir a Magnolia Bakery sin ella. Sin embargo, aún el otro día le rendí tributo comiéndome una en el Celicioso de Madrid. Primero me la comí al estilo Carrie manchándome la nariz como si fuese un espectáculo improvisado para los viandantes que caminaban por calle Barquillo, luego recordé el método que Anne Hathaway enseñó en televisión y mi dignidad fue recobrando su estado natural.
Tengo morriña de aquellas historias. Ni con And just like that siento que mi sed esté algo saciada. Sigo necesitando referentes a los que mirar, necesito seguir soñando. Este martes me sentí poderosa, me sentí como Carrie . Solo me faltaba la banda sonora acompañándome de escena en escena por las calles de Madrid porque hasta la voz en off las tenía yo puesta en mi cabeza. ¿Hacéis esto? Yo soy narradora de muchas de mis escenas y reflexiono en voz alta en mi cabeza con mi posible público por si al final descubrimos que esto es el Show de Truman o, mejor, una comedia romántica. Mis primeros referentes de mujeres que disfrutaban de la vida, triunfaban y se hacían a sí mismas salieron de estas series y películas. Me hicieron soñadora, me cargaron de ilusión y me dieron fuerza para irme de mi casa joven y con poco dinero a labrarme un futuro con más posibilidades.
Sé que también podemos hablar de todo el daño que hacen este tipo de clichés a la sociedad actual y las mujeres en particular. Veo a Andrea Sachs explotada por Miranda en una revista de prestigio: a Carrie bebiendo y fumando a todas horas mientras su vida gira alrededor de una relación tóxica; y por supuesto, veo a Violet bailando en Bar Coyote delante de hombres neandertales para sobrevivir. Sin embargo, hoy me apetece dejar todo esto de lado un rato y concentrarme en la magia y la morriña que os he querido transmitir porque todos seguimos necesitamos soñar cada día y las comedias románticas son la mejor forma que hemos tenido muchas.
Os dejo el enlace a:
El look de Anne Hathaway a lo Andy en esta Fashion Week.
El baile que se ha hecho viral también de ella y que deberíamos marcarnos hoy todos.
Ommwriter, una app que utilizaba cuando me apetecía darle entidad a mi momento de escritura.
La cupcake que me comí en Celecioso.
La receta de las cupcakes de Magnolia Bakery.
El tutorial para comérselas sin mancharse de Anne Hathaway.
El diablo viste de Prada en Disney Plus para que la veáis esta tarde de nuevo.
Esas mujeres nos hicieron pensar que solo teníamos que irnos a una gran ciudad para triunfar. Aunque la realidad no sea así, es un tipo de película que me da mucha paz.
Vigo es el Connecticut de España