Comparto mis recetas.
Con mis amigos me envío recetas. A veces, llego a hacerlo con desconocidos también. No quiero decir con eso que si un día te tropiezas conmigo en un semáforo pueda llegar a bajar la ventanilla del coche y estirar el brazo hasta estar cerca de desencajarlo del hombro, para llamar a la tuya y poder deslizar por la pequeña ranura que has abierto atónito un post-it de los que usaba yo antes para mis workshops con una receta escrita a boli Bic porque te he visto cara de comer soso o mal. Lo que sucede es que en Instagram hablo con gente que no he visto nunca en persona, todavía. Gente muy maja a la que le gusta comer, le gustan las flores, le gusta el café y las cafeterías o le gusta viajar a los mismos lugares que a mí. Con esa gente me paso infinitas recetas.
¿Cocino yo tan bien que en un intento de hacer algo bueno por la comunidad he decidido compartir mi sabiduría de manera altruista? No lo creo. Es más, lo sé al cien por cien y no, no es este el caso. De hecho, muchas veces le digo a Manuel que sin él al mando de los fogones yo no hubiese sobrevivido. Me da grima manipular pollo crudo, creo que no sé limpiar muy bien el pescado, no tengo en mi recetario ninguna comida muy “de madre”, no manipulo carne, confundo en ciertos momentos algún vegetal con otro… Simplemente voy aprendiendo a comer indulgente y eso le gusta a todo el mundo. Subo mi desayuno a Stories y alguien me pide siempre la receta. ¿Cómo voy a negarme? Yo la comparto con toda mi ilusión tras tremendo alago. A veces es algo sano, a veces no. Eso va con cómo se tercie el día y cómo nos encontremos todos.
No entiendo por qué no cocino como los ángeles. Todos mis primeros recuerdos están ubicados en dos cocinas. Las de mi casa. En el primero estaba mi abuela al mando. En el segundo E. se encargaba del día a día pero para las recetas especiales A. se hacía cargo a las mil maravillas. Mientras yo jugaba, bailaba o movía el dinero del Monopoli marca blanca que tenía jugando a ser directora de una sucursal bancaria, ellos preparaban comidas, meriendas y cenas con gran destreza. Ahora que ninguno de los tres está, los recuerdo mucho a través de la morriña que siento hacia aquellas comidas. He tratado de saborearlas de nuevo en mi boca tantas veces…Es como que recuerdo el sabor pero no alcanzo a sentirlo. No sé si me entiendes. Los famosos callos de la abuela, la contundente empanada de E. y la humilde ensaladilla de A. Ellas se fueron sin tener tiempo a pedirles las recetas. Él, sin embargo, trato de trasladarme todos sus trucos y aunque puedo reproducir en mi privilegiada memoria fotográfica cada paso que daba para hacerla, nunca me quedará igual. Hay que tener mano. Manos como las suyas.
Cuando una persona se va, sus manos se van con ella. Pocas veces se consigue un resultado idéntico por mucho que se herede el recetario. Yo creo que no es solo cosa de mano. En su cocina está puesta su personalidad, su esencia y su amor por las personas para las que está cocinando. Ese amor se acumula en la comida y le da sabor. Sabor que nadie podrá substituir cuando esa persona no esté. Aún así, el recetario de un ser querido es una reliquia que hay que tratar de obtener siempre para que esas comidas perduren a través de generaciones. Nuestra obligación y deseo debe ser seguir intentando reproducir aquella receta que tan felices nos hizo para ahora ser nosotros quienes hagamos felices al resto. Nosotros sabremos que no será nunca con aquella pero el resto llegarán a amarla incluso más.
Ojalá dentro de muchos años mis recetas sigan vivas cuando yo no esté. Ojalá alguien me recuerde por aquel plato que hacía tan bien y que nadie podrá igualar jamás. Por ahora no creo que esto pase. No he dado con la receta definitiva que me lleve a lo más alto. No quiero pasar a la historia por las tortitas saludables de avena, ni por el pollo con mango y cerveza que hago cuando no queda mucho que comer en la nevera, ni menos todavía por el dichoso falso sushi de salmón con aguacate y queso crema que preparo como entrante de muchas cenas. No estoy preocupada. Tengo tiempo todavía. Mi madre dio con la clave ya habiendo pasado de largo los sesenta. Cuando ya nadie contaba con ello, nos dejó a todos atónitos con su lasaña mixta y ahora es una obligación que tiene cada vez que nos vemos. Ojalá algún día poder sujetar yo también sobre mis hombros el peso de la fama.
Quiero compartiros unas recetas con vosotros, ninguna mía:
La receta viral de TikTok de ensalada de pepino que he probado gracias a Laura y está de lujo (versión @thatfoodiejess para Zara Home)
La indulgente vodka pasta de @mealofjoy.
Cualquier versión del pumpkin spice latte para el otoño.
La elegante tortilla francesa de Delia Smith que me pasó Bea.
La tostada de brioche perdue tiramisu hecha por @thesocialfood y perteneciente al libro de @grammeparis.
Los famosos donuts saludables de @blancanutri.
El postre de plátano frito de Vero que estoy deseando probar.