Un día como otro cualquiera. Ahora lo es. Cuando tenía tres, cuatro, cinco, seis y siete años me pasaba varios días en el colegio haciendo una manualidad junto a mis compañeros para el Día del Padre (un día con mayúsculas para todos ellos). Recuerdo una mariquita para colgar en el coche hecha con cáscara de nuez y fieltro rojo y negro. “Yo no tengo a quien dárselo, no quiero hacerlo.” “¿No tienes un hombre cerca al que poder regalárselo? Puedes dárselo a tu abuelo. Hacer lo vas a tener que hacer.” Yo volvía a casa y se lo daba a mi querido A. siempre con un sentimiento de vergüenza e incomodidad. No era mi padre, no era mi abuelo, no era de mi sangre pero era un hombre que me quería. La sociedad me lo convalidaba por bueno. Los dos sabíamos que ese no era su día, que ese no era su regalo y que aquel ritual no era cómodo para ninguno debido a que había un vacío que sentíamos que teníamos que rellenar como se rellena un pavo en Navidad. Ese día reinaba el silencio en mi casa.
Ha sido real y dentro de toda esa verdad ha habido belleza, enhorabuena por el texto y por las decisiones propias. Y simplemente gracias ♥️
Marta piel chinita, me sacaste lágrimas.
Precioso