Ojalá seguir siendo aquella niña que se compraba una agenda nueva cada septiembre. Ir a librería y escoger la más bonita, la más completa, la más divertida, la más neutral…Tocarlas, leerlas, mirar qué regalos traían, qué formato para apuntar los cumpleaños y qué manera de listar las tareas. Cada septiembre una personalidad; cada curso una oportunidad de empezar de cero. A final de curso aquel libreto estaba el doble de gordo de manosearlo tanto. Era un trofeo, un tesoro, un recuerdo de alegrías, esfuerzos y fechas para no olvidar en la vida. Un libro de consulta.
Me parece taaan curioso que nos haya pasado lo mismo con las agendas. La de este año la tengo medio vacía la pobre. Y mira que me encanta.
Tendría que reflexionar más todavía para encontrar la explicación.